La innovación ayuda a los agricultores

Desde hace unos 10.000 años, el hombre ha trabajado la tierra para cultivar sus alimentos. Antes de eso, nuestros antecesores eran nómades y vivían de la caza, de la pesca y de la recolección de vegetales para subsistir. En ese momento, el hecho de comenzar a cultivar fue una innovación. Para facilitar esta ardua tarea, los hombres y mujeres han usado su ingenio para desarrollar herramientas que los asistan.

Con el correr del tiempo, animales de fuerza como bueyes, mulas y caballos han ayudado en los trabajos más duros. Más adelante, la creatividad y la innovación posibilitaron el desarrollo de instrumentos eficientes y poderosos para cultivar y así, los animales “descansaron”.

Un salto cualitativo y disruptivo sucedió en la era industrial. El uso de los motores, particularmente los de combustión interna, permitió utilizar la gran cantidad de energía química atrapada en las moléculas de los hidrocarburos. En 1886 nace un gran invento: el tractor. Con su uso se fueron sustituyendo los nobles caballos y los incansables bueyes por estas fabulosas máquinas. La innovación multiplicó la capacidad de trabajo del hombre. El tractor puso a disposición toda la energía encerrada en los combustibles para que sea usada en el momento deseado y en el lugar elegido. Causó una revolución logística. Multiplicó el poder de trabajo, no en vano su unidad de potencia es el HP (Horse Power o caballos de fuerza). En ese momento tractores de 20 y 30 HP liberaron a los agricultores de estar bajo el sol, labrando la tierra durante días interminables. Hoy, los tractores tienen las mismas comodidades que un auto: aire acondicionado, asientos con giro de 180°, GPS y piloto automático para facilitar las tareas y es normal encontrar en el mercado equipos de 200 y 300 HP.

En la actualidad, los tractores permiten ahorrar más de 655 millones de horas hombre por año.  

A principios del siglo XX otra gran innovación permitió aumentar la producción agrícola: nacen los fertilizantes sintéticos, con su primera patente en 1911. Desde ese momento, fue más sencillo nutrir mejor a las plantas y. Con reponer al suelo los nutrientes que extraen los cultivos. Con su uso, se incrementó la producción en magnitudes de entre el 30 y 50 %. Además, la buena nutrición mejoró el estado general de las plantas lo cual redundó en posibilitar cosechas más estables.

Los avances tecnológicos acumulados dieron sus frutos. Las cosechas seguían mejorando. Sin embargo, muchas veces los esfuerzos de los agricultores eran diezmados por plagas y enfermedades que afectaban negativamente los sembradíos, llegando a destruirlos por completo en ciertas ocasiones. Una vez más el ingenio, la investigación y la innovación trajeron sus beneficios: los productos para la protección de los cultivos contra enfermedades, insectos y malezas. En 1934 se otorgó la primera patente para uno de estos productos y desde ese momento la industria química aportó principios activos cada día más diversos y sustentables. Al reducir la presión causada por las plagas, los productos para la protección de cultivos reducen a la mitad las pérdidas en las cosechas.

Hace unos 50 años, desarrollos en el campo de la hidráulica, la ingeniería y la química de los plásticos permitieron innovar en la provisión de agua en los cultivos intensivos en general, como hortalizas y frutales por medio del riego por goteo. Este método revolucionario suministra agua directamente a la raíz de la planta a través de un sistema de tuberías que la dosifican, humedeciendo el suelo en forma homogénea. El agua, como bien escaso y valioso, es preservada y utilizada con eficiencia. Los productores que usan esta invención logran economizar agua y energía, aumentando la productividad. En definitiva, esta innovación mejora la relación entre el cultivo cosechado, el agua, los fertilizantes y la tierra usada. También permite aspirar a una mayor producción, que al no faltarle humedad puede sostenerse año tras año. En algunos casos, los rendimientos por unidad de superficie se duplican. El riego por goteo se ha difundido a tal punto que más de 6 millones de hectáreas en todo el mundo lo usan.

La más reciente oleada de innovación en la producción agropecuaria vino de la mano de la biotecnología en la década de los ´90, con su primera patente en 1992. Con ella, las mejoras genéticas incorporadas en las plantas permiten protegerlas de las plagas, disminuyendo el uso de productos fitosanitarios, contribuyendo así al cuidado del ambiente.

Se puede producir más y mejor, favoreciendo mayores ingresos económicos para los productores y disminuyendo sus costos. Sumado a esto, de la mano de otra innovación como la siembra directa y complementándose con ésta, se ha reducido el uso de combustibles y se ha protegido el suelo de su degradación.

La innovación ha acompañado al hombre a través de la historia en su camino de búsqueda de progreso y de bienestar. El reconocimiento de los derechos de propiedad intelectual incentiva a continuar por este camino.