"Juan Soave": Ciencia y arte en el mejoramiento del maní

Juan Soave es Ingeniero agrónomo, pero no uno cualquiera. Utilizando las herramientas del mejoramiento genético vegetal intenta conseguir nuevos tipos de maní. Así creo variedades de ciclo corto, es decir que se cosechan antes, y desarrolló variedades alto oleico, con mayor cantidad de ese tipo de ácido graso. En la actualidad están lanzando al mercado variedades resistentes a enfermedades, como el carbón del maní.

Para saber cómo se mejoran los cultivos de maní, cómo se registran las nuevas variedades, si se cobran regalías por propiedad intelectual y qué es un infectario, entre otras cosas, viajamos a la provincia de Córdoba, más precisamente a General Cabrera, para entrevistar personalmente a Juan Soave, en el Campo Experimental y Demostrativo de Criadero El Carmen, un campo de cultivo, producción e investigación. El principal productor de semilla de maní de todo el país.

 

Ingeniero Agrónomo Juan Soave ¿podría definir según sus propias palabras qué es un fitomejorador?

Un fitomejorador es una persona que hace un trabajo de mejoramiento vegetal y cuyo objetivo es lograr una variedad, en mi caso de maní, que sea mejor o que tenga alguna característica superior a las otras que están en el mercado. Para eso hago cruzamientos y busco siempre algún aspecto especial y valioso, no solo mayor rendimiento productivo. Como el maní es un alimento, una variedad con mayor cantidad de ácido oleico, o que tenga mejor sabor, lo hace superior o diferente. Eso es lo que buscamos, darle un valor de calidad a ese alimento. (Ver Maní, alimento universal)

¿Por qué no nos cuenta cómo se desarrolló su historia personal como “mejorador” de maní?

Una de las cosas que me cambió la vida, fue cuando me recibí de ingeniero agrónomo, en el año 1974, y mis padres me regalaron un viaje a los Estados Unidos, el país con mayor tecnología relacionada con el maní. Visité la Universidad de Carolina del Norte, y vi el maní tipo Virginia, de tamaño más grande. Fui a ver el arrancado y la planta estaba completamente verde. Yo pensaba que lo estaban arrancando inmaduro. Para mi sorpresa la máquina arrancadora colocaba todas las chauchas o vainas para arriba, para que se secaran al aire, sin tocar el suelo. En la Argentina en cambio, las vainas quedaban contra la tierra, en contacto con la humedad y la lluvia, y muchas vainas se echaban a perder. Eso a mí me cambió la cabeza. Tenía 22 años. En 1977 comencé a trabajar en la empresa fundada por mi abuelo, y organicé junto a un técnico del INTA el primer viaje de productores de maní a los Estados Unidos. Ese fue otro hito en la historia del maní argentino. En ese viaje trajimos el maní tipo Runner, una variedad muy apta para consumo humano directo. Hasta ese momento sembrábamos en la Argentina una variedad de maní de grano colorado, erecto, que se cosechaba a los 110-120 días, un ciclo corto, y que se usaba para hacer aceite. Se podía comer también, era rico, pero producía 1.000 kilos por hectárea. El Runner en cambio era rastrero, con un ciclo largo de por lo menos 150 días, pero rendía tres veces más y tenía mejor precio. En viajes siguientes traje más semillas, nuevas tecnologías y conocimientos sobre fungicidas para controlar las enfermedades foliares. Y comenzó una nueva historia, la investigación experimental en el campo.

¿Cuándo comenzó a realizar mejoramiento vegetal?  

Como decía, en 1977 traje la semilla de maní tipo Runner, más precisamente la variedad Florunner que fue la primera de ese tipo en la Argentina. Después de sembrarla durante dos o tres años, observé la falta de uniformidad de la variedad y me puse a trabajar para solucionar este problema. Ahí tomé conciencia del trabajo fundamental del mejorador. Empecé a multiplicar el maní tipo Runner y note que obtenía plantas diferentes, pues en realidad se trataba de una variedad formada por “multilíneas”, y yo quería obtener líneas puras (plantas iguales). Fue recién en el año 1982, con 35 hectáreas sembradas, que decidí comenzar a seleccionar plantas. En el momento de arrancar y cosechar el maní, lo di vuelta y me encontré con que tenía diferencias notables: en la distribución, concentración, dispersión y formas de las chauchas o vainas. Recuerdo que finalmente elegí 12 plantas, les puse número del 1 al 12. En el laboratorio de la empresa determinamos contenido de materia grasa, pesé las vainas y los granos e hice relación grano/cáscara. Me quedé con 10 plantas. De esas plantas obtuve las semillas, y al año siguiente las sembré. Durante tres años coseché esas líneas y las evaluaba permanentemente. En el año 1986, conocí al Dr. A.J. Norden, de la Universidad de Florida, que había creado la variedad Florunner, y cuando le llevé mis tres líneas elegidas me dice “has encontrado las tres líneas que forman el Florunner. Así que vos con esto podes registrar la variedad en la Argentina".

  

¿Y cómo continuó el tema del mejoramiento?

Un muchacho de El Salvador que era mi traductor e ingeniero agrónomo, me dijo que él hacía mejoramiento mediante cruzamientos y me enseñó cómo hacerlos. Al regresar a la Argentina, recuerdo que tomé dos de mis líneas seleccionadas y lo crucé con el maní colorado, que producíamos en la Argentina. Lo hice en mi casa, en maceta. El colorado como “padre”, de donde obtenía el polen, y como “madres” usé dos tipos Runner. Aclaración: tenía que sacar todos los días las flores que no quería que se autofecundaran, ya que el maní es una planta autógama (se denomina autogamia a la reproducción sexual donde gametos femeninos y masculinos se producen en la misma planta). Así obtuve varias chauchitas, y al año siguiente, al plantar las semillas en el campo, tuvimos varias plantas, entre ellas una que manifestó un intenso vigor híbrido de por lo menos dos metros y medio de diámetro (se denomina vigor híbrido a la superioridad genética de los hijos, respecto a los padres para los rasgos considerados). Sembramos y empezó la segregación. Al año siguiente hice seis cruzamientos. Hoy vamos por el cruzamiento número 550.

Llegó finalmente el momento de registrar las líneas ¿Cómo dieron ese paso?

A principios de los noventa llegó a mis manos una documentación de la Dirección Nacional de Semillas, donde se hablaba de la protección de la propiedad intelectual, y que la semilla de maní se tenía que vender nominada, es decir en el rótulo que llevan las bolsas tenía que estar el nombre de la variedad. Entonces, si uno era dueño de esa variedad tenía la posibilidad de cobrar algún derecho de propiedad en el futuro. Yo formaba parte de la subcomisión técnica de la Cámara Argentina del Maní, y me invitaron a dar una charla sobre maní en la Facultad de Agronomía de la Universidad de Morón. Luego de la misma el decano me comenta que podía registrar las variedades obtenidas. Él era también Director del Registro de Cultivares. En el año 1992, inscribimos primero el Criadero El Carmen y después comenzamos a llenar las planillas para finalmente en 1995 inscribir mis dos primeras variedades.

 


Maní, alimento universal

Cuando le preguntamos a Juan Soave si las variedades de maní mejoradas podrían colaborar con la eliminación del hambre en el mundo, nos respondió sin dudar. “Estados Unidos es el país que más consume maní. Durante la gran depresión de los años 1929-1930 muchos estadounidenses tuvieron hambre, y en ese momento tomaron una decisión de Estado. Implementaron un programa para alimentar a los niños, en edad escolar, con manteca de maní. El maní figura entre los 5 productos más completos que nos brinda la naturaleza. Tiene todo, proteínas, materia grasa, hidratos de carbono. Es unos de los alimentos más completos que hay. Hoy con un puñado de maní, de 25 gramos, se cubren todas las necesidades del organismo para crecer normalmente. Estados Unidos desarrolló un programa para mejorar la producción, pero también para hacer un alimento de buena calidad. Y ellos desarrollaron toda un tecnología para producir maní de calidad. Es lo mismo que tratamos de hacer nosotros en General Cabrera, y ello ayudó a convertir a la Argentina en el primer exportador de maní comestible del mundo”.



Ustedes desarrollaron una variedad de maní alto oleico ¿nos relata ese proceso?    

En uno de mis viajes a Estados Unidos conocí el maní alto oleico, que tenía una constitución de ácidos grasos distinta. Por ejemplo, en el maní común lo normal es tener 45% de ácido oleico, y un 35 % de ácido linoleico. Esta relación cambia en el alto oleico. El maní alto oleico llega al 80% y el linoleico baja al 4%. Este maní demora más en ponerse rancio que el maní común y por lo tanto dura más en las góndolas de los supermercados. El Runner americano común tenía 50% de oleico en los Estados Unidos y acá tenía un 45%. Esa diferencia, se notaba en los productos elaborados. Argentina necesitaba urgente tener un maní alto oleico. Analizando algunas muestras de mis cruzamientos, vi que tenían más ácido oleico que otras. En el año 1999, el Dr. Mario Buteler, un ingeniero agrónomo con un doctorado en mejoramiento genético, me viene a visitar. El analiza mis muestras y los análisis químicos, y me dice “vos al maní alto oleico ya lo tenés, y yo sé cómo podemos encontrarlo”. Separamos 50 semillas, y tomando semilla por semilla, analizamos los ácidos grasos sin destruirlas. Con una aguja, le sacábamos una micromuestra, sin afectar el embrión. Así descubrimos las alto oleico. En paralelo, yo comencé a hacer en mi casa un invernáculo para multiplicar esas semillas más rápido, con control de temperatura y de luz. Esas semillas eran “oro” para mí, los análisis me habían costado miles de dólares. Así detectamos las primeras cuatro o cinco semillas alto oleico. De ahí nacieron plantas que dieron más semillas, y con cada una de esas plantas, hice diferentes líneas. Posteriormente viajé a Bolivia, al campo de un amigo, y sembré en invierno, en contra estación, en Santa Cruz de la Sierra, en una zona donde no hay heladas. De esta manera avanzamos velozmente y pude inscribir la variedad alto oleico en el 2003, habiendo comenzado todo el proceso en 1996.

¿Cuándo se dieron cuenta que podían obtener una variedad resistente a la enfermedad del carbón del maní?

El 7 de marzo de 2019, organizamos unas jornadas técnicas en el Criadero El Carmen, donde presentamos la primera variedad resistente a carbón del mundo. Pero detrás de este logro hay una historia. En la Argentina el problema se conoce por lo menos desde el año 1995, y en el año 2010, explotó. El carbón es causado por un hongo del suelo (Thecaphora frezii) que no ataca a otro cultivo, solo al maní. Aclaración: el carbón no afecta al ser humano. Es un problema que se potenció en la Argentina, pero también se conoce, aunque con distinta magnitud, en Paraguay y Brasil. Nuestro trabajo para encontrar una solución genética comenzó al evaluar nuestro banco de germoplasma, donde al principio nos encontramos con algunas plantas, con algunos genotipos, que no tenían carbón. Podía ser casualidad, pero teníamos cero carbón. Las que separábamos las comenzamos a sembrar y evaluar en el infectario. Empecé a usar alguno de estos genotipos para cruzarlo con nuestras variedades y tratar de transferir la resistencia. Un cruzamiento que se hizo en 2005 dio origen a la variedad resistente que está en proceso de inscripción en el INASE (Instituto Nacional de Semillas): es un alto oleico resistente a carbón. Nos llevó 14 años obtener una variedad, que es lo que dura habitualmente un proceso de mejoramiento vegetal convencional.

¿A qué llaman infectario?

Nuestro campo tiene unas 70 hectáreas, y dedicamos unas ocho a diez a investigación. Hay un sector donde todos los años se siembra maní para que se contamine el suelo con todas las enfermedades del cultivo. Además nuestro fitopatólogo, contaminó el suelo “a propósito”, utilizando las vainas infectadas con carbón. En el criadero tenemos 4.000 esporas del hongo causante del carbón por gramo de suelo, y en el infectario hay 12.000. Entonces cuando desarrollamos un nuevo genotipo que consideramos resistente lo probamos en este lugar. Hay tres veces más infección que en el resto del campo. Si la planta sobrevive en el infectario, la seleccionamos.

¿Qué científicos integran el grupo de investigación del carbón del maní?

El grupo está formado por muchos especialistas con diferentes modalidades de trabajo. Para señalar solo a algunos, mi hija Sara Soave, que es ingeniera agronóma, con una maestría en mejoramiento, el Dr. Mario Buteler, doctor en genética molecular, el Ing. Agr. Claudio Oddino, con una maestría en fitopatología, y la Ing. Agr. Melina Rosso que ha iniciado un doctorado en genética molecular. Además estamos participando en las reuniones del Consorcio Internacional de la Comunidad de Investigadores del Maní, donde están todos los científicos que trabajan en el genoma del maní. Sara, desde el año 2014, asiste a todos los eventos, y en 2016, en Brisbane, Australia, hizo una presentación sobre la resistencia al carbón del maní. Cuando terminó de hacer su presentación, unas investigadoras del Servicio de Investigación Agrícola del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos le dijeron que les interesaría trabajar en ese tema, y desde entonces colaboran con nosotros realizando la caracterización genética de las variedades resistentes. En 2017 co-organizamos en la Argentina, la reunión del Consorcio, y vino toda la comunidad científica internacional.

¿Por qué se considera a la provincia de Córdoba como la “patria” del maní?

Tiene su explicación. Los primeros datos bibliográficos hablan de la producción de maní en la Argentina, en la provincia de Santa Fe. En 1880 se establecieron los primeros cultivos comerciales, al norte de la zona santafesina. El problema es que los otoños de esa región son muy lluviosos. Así que los productores buscaron un lugar donde el otoño fuera más seco, y con suelos arenosos. Se trasladaron a Río Segundo, en las márgenes del río, y luego en forma progresiva se fueron extendiendo hacia el sur de Río Tercero, Villa Ascasubi, Oncativo. En 1945 llegaron a Hernando, y en 1955, acá, a General Cabrera. Entre los primeros productores de mi pueblo se encuentran mi abuelo y mi padre. En rigor de verdad, Cabrera es la capital tecnológica del maní.

¿Qué retribución obtienen como reconocimiento al desarrollo intelectual y científico de las nuevas variedades de maní?  

Un tema fundamental para los fitomejoradores es que podamos tener una retribución por las variedades que estamos creando, lo que se conoce como regalías por propiedad intelectual. En el mundo moderno muchos países, incluso vecinos nuestros, como Chile, Brasil, Estados Unidos, países de Europa, respetan la propiedad intelectual. Nosotros para poder trabajar, y poder seguir investigando, necesitamos tener otros recursos. No recibimos dinero ni recursos de nadie, solo de la venta de las semillas, pero con eso no alcanza. Para mantener todo nuestro equipo de especialistas, hacer ensayos, trabajar con las nuevas herramientas del mejoramiento, la biotecnología, la ingeniería genética, donde hacen faltan profesionales especializados, equipos, reactivos, necesitamos una buena ley de semillas. Las regalías que queremos cobrar son bajísimas, y doy un ejemplo. El maní es un cultivo que cuesta alrededor de 1.500 dólares para cultivar una hectárea. Si al productor que compra nuestras semillas, le cuesta de dos a cinco dólares más, por concepto de reconocimiento de la Propiedad Intelectual, no le cambia nada, pero a nosotros, ese aporte nos permitiría hacer una investigación más profunda y rápida, que en definitiva es un beneficio para el productor. La enfermedad del carbón del maní nos hizo perder el año pasado unos 50 millones de dólares ¿cuántas regalías se podrían pagar resolviendo una sola enfermedad?

¿Siguen desarrollando nuevas variedades de maní?

Sí, ahora lancé una variedad de ciclo corto, 130-140 días a cosecha. A esa variedad le tengo mucha fe, pero el problema es que no tiene resistencia al carbón, es decir es de ciclo corto, alto oleico, pero sensible al carbón. En la actualidad, estamos intentando desarrollar variedades resistentes a la sequía. En ese tema está trabajando mi hija Sara Soave y un grupo de investigadores del INTA de Córdoba.

¿Cuál es su opinión sobre realizar desarrollos de ingeniería genética en el maní?  

Hoy, seguramente no sería aceptado un maní transgénico para el consumo, por ejemplo, para generar alguna resistencia a plagas o maleza. Afortunadamente tenemos los maníes silvestres para encontrar características hoy inexistentes en los maníes cultivados. Nosotros creemos que de los maníes silvestres se pueden extraer algunos genes, e incorporarlos en maní cultivado, sin generar ninguna controversia, ya que en este caso estamos dentro de las mismas especies (ver: maní silvestre). La edición génica es otra cosa y habrá que estar muy atentos a su evolución, ya que posibilitará mejoras genéticas sin crear los rechazos que todavía puede generar la ingeniería genética.

¿Son la única empresa privada o centro mejorador de maní en Córdoba?

Hoy hay 2 empresas privadas, pero nuestras variedades han predominado durante los últimos años. El INTA tiene también un importante programa de mejoramiento. El mercado argentino es muy pequeño, solo existen 20 a 25 empresas que compran semillas. Nosotros tenemos una nueva planta de procesamiento diseñada especialmente para producir semillas. Si analizamos la realidad de los últimos 15-20 años, por las innovaciones introducidas con nuestras variedades al sector manisero, podemos afirmar que ocupamos un claro liderazgo que también se extiende a otros países.


Maní silvestre

¿Ingeniero Soave, ustedes usan especies de maní silvestre para cruzar con sus variedades cultivadas?

El maní se originó en América del Sur, en Argentina, Bolivia, Paraguay y Brasil. En general, las especies silvestres son resistentes a casi todas las enfermedades que sufre el maní cultivado: carbón, viruela, esclerotinia. Cuando nosotros cruzamos una línea de elite con otra línea de elite, al existir un parentesco muy grande, es decir muy poca variabilidad genética, es muy difícil obtener variedades superiores o con características deseadas. Por ello, hace años consultamos al ingeniero Antonio Krapovickas, fundador del Instituto de Botánica del Nordeste, para informarnos sobre el tema de los silvestres. Nos comentó que era la primera vez que alguien que estaba haciendo mejoramiento de maní, lo consultaba sobre cruzamiento con silvestres. Nos dijo que la idea era brillante, pero que el camino no era fácil. Primero había que cruzar los silvestres y luego duplicar los cromosomas para poder cruzarlos con los maníes cultivados, ya que los silvestres son diploides (20 cromosomas), y los cultivados son tetraploides (40 cromosomas). A través de los años conseguimos especies silvestres en el norte argentino, por ejemplo en Yala, Jujuy, un pueblito hermoso cerca de la Quebrada de Humahuaca, donde conseguimos Arachis montícola, que posteriormente nos dio la resistencia al carbón. Los primeros cruzamientos fueron complicados, pero finalmente tuvimos éxito. En Córdoba en el Laboratorio de Biotecnología, de la FCA, la Dra. Paula Bima nos dio una mano. Llevó adelante un protocolo de duplicación de cromosomas y luego se hicieron clonaciones para tener más individuos. Luego de años de investigación, Paula Bima nos entregó una plantita con 40 cromosomas. Lo denominamos cruzamiento silvestre 1806, que luego usamos como padre en varios cruzamientos.


 

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Juan Soave es ingeniero agrónomo de la Universidad Católica de Córdoba.

(MP N°1827). Fue co-fundador de la Escuela Agrotécnica de General Cabrera y Presidente del Consejo Asesor del INTA de General Cabrera. Productor agropecuario manisero independiente desde 1975. Impulsor de nuevas tecnologías aplicadas al cultivo de maní en la Argentina y difusor de variedades tipo Virginia y Runner. Autor de múltiples publicaciones e informes científicos y conferencista nacional e internacional. Consultor internacional en Nicaragua, Paraguay, Bolivia, Venezuela y Brasil. Miembro fundador de la Comisión Nacional del Maní. Presidente de la Fundación Maní Argentino. Creador y responsable Técnico del Criadero “El Carmen” especializado en el mejoramiento genético del maní. El abuelo de Juan comenzó a sembrar maní en la zona de General Cabrera en 1955, luego siguió su padre, y actualmente lo acompaña su hija Sara Soave, que también es ingeniera agrónoma. Cuarta generación de maniseros en la zona.

En la empresa familiar Criadero el Carmen, trabajan también su esposa y su otra hija, María Eugenia. www.criaderoelcarmen.com.ar


 

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