El arca de las semillas
Dicen que los pueblos que no tienen memoria (y podríamos agregar, ni ciencia), no tienen futuro. Y como las semillas son la memoria agrícola de una región, entonces esos pueblos no tendrán comida cuando lleguen los tiempos extremos de un futuro, muy probablemente lleno de problemas. Para evitar que las catástrofes naturales y humanas nos dejen sin alimento, algunos científicos pensaron en una solución muy ingeniosa para esa circunstancia: construir “arcas” (como la de Noé) para guardar semillas. Estas arcas las conocemos con el nombre de Bancos de Germoplasma.
Acá no vamos a discutir si la de Noé fue una leyenda o un hecho histórico, pero resulta atractiva la idea de un Arca, como reservorio de recursos de importancia planetaria. Y las semillas son un recurso insustituible para la humanidad, actual y futura. Desde el punto de vista genético, un Banco de Germoplasma o de Semillas es un lugar destinado a la conservación de la diversidad genética de uno o varios cultivos y sus especies silvestres relacionadas. En muchos casos, no se conservan semillas, sino tubérculos o raíces, debido a que el cultivo se propaga asexualmente. La conservación de las semillas se realiza a bajas temperaturas, para mantener por muchos años la viabilidad de las mismas. Físicamente, los bancos de germoplasma consisten en grandes depósitos de sobres o frascos con simientes. Con el paso del tiempo las semillas pierden su capacidad germinativa, así que cada tanto hay que sembrarlas nuevamente, cosecharlas e iniciar una nueva ronda de almacenamiento a largo plazo.
¿Por qué debemos guardar semillas?
El almacenamiento nos protege contra eventos catastróficos, como terremotos, enfermedades, efectos no deseados del cambio climático, guerras y otras “delicias” de la vida en nuestro maravilloso y salvaje planeta. En el caso de los cultivos destinados a la alimentación, muchas plantas útiles tienen siglos de desarrollo y mejoramiento vegetal, donde los científicos les han incorporado rasgos muy importantes provenientes de especies silvestres, y que actualmente se utilizan para la producción agrícola comercial. (Ver apartado: Conservando semillas de maníes silvestres). Se hace indispensable conservar semillas, ya que quizás en un futuro cercano necesitemos algunas de estas variedades, antes que dejen de existir.
Más de 1.500 bancos de semillas y una sola “Bóveda del Día del Juicio Final”
Hoy, hay cerca de 6 millones de semillas almacenados en unos 1.500 bancos de germoplasma en todo el mundo. El más conocido de todos ellos es la Bóveda Global de Semillas de Svalbard, inaugurada en 2008, y ubicada bajo el permafrost, es decir debajo de una capa de suelo permanentemente congelada, de una montaña de arenisca en la isla noruega de Spitsbergen. Impulsado por el Grupo Consultivo para la Investigación Agrícola Internacional, el Banco de Semillas de Noruega es un respaldo para todos los otros bancos de semillas del mundo, que representan actualmente a más de 100 países. Copias de sus colecciones se almacenan en una zona permanentemente fría, a 130 metros sobre el nivel del mar. El Banco de Semillas es conocido como la “Bóveda del Día del Juicio Final”, pues se la supone capaz de resistir impactos de bombas nucleares, terremotos, volcanes y en caso de fallar la electricidad, el permafrost del exterior podría actuar como refrigerante natural. La bóveda funciona como una caja de seguridad de un banco. El gobierno de Noruega posee el edificio bancario y los países ponen en sus cajas de seguridad los depósitos de sus semillas. La bóveda puede almacenar hasta 4 millones y medio de variedades de cultivos, aunque actualmente alberga 1.059.646 variedades únicas, correspondientes a unas 4.000 especies de plantas de todo el mundo.
En 2015, ocurrió un hecho inédito. El Banco de Semillas de Alepo fue la primera y hasta ahora única institución, que reclamó las semillas guardadas con anterioridad en Svalbard. El motivo fue la guerra civil en Siria. (Ver apartado: Banco de semillas de Alepo: memoria agrícola de la región).
De Jujuy a la Antártida: los bancos de semillas argentinos
La Argentina como buen país agrícola que es, tiene una red de “Arcas” en su territorio nacional e incluso en la Antártida, en las Bases Belgrano II y Jubany, con apoyo del Instituto Antártico Argentino. Se trata de la Red de Bancos de Germoplasma del INTA, que cuenta con más de 32.000 entradas, nueve bancos activos de recursos fitogenéticos, 12 colecciones distribuidas en diversas áreas ecológicas y un Banco Base que guarda un duplicado de todo. Allí se conserva aproximadamente el 93% de los recursos genéticos vegetales de la Argentina. Cada región conserva sus germoplasmas, así el Alto Valle de Río Negro, guarda frutales de carozo, en la zona de Cuyo, hay especies hortícolas, en Catamarca, frutos secos, Mendoza tiene uvas, Pergamino, maíz y especies forrajeras, Marcos Juárez posee soja y trigo, Córdoba conserva maní, sorgo y girasol, Chaco, algodón, Salta, poroto, Concordia, cítricos, y Misiones yerba mate y té. De esta manera nuestro país cuida nuestras semillas desde Jujuy hasta Tierra del Fuego.
Los Bancos de Semillas se crearon para ayudar a detener la extinción masiva de cultivos que amenazan nuestro futuro abastecimiento de alimentos. Pero no alcanza con proteger solo las semillas. También debemos salvar los saberes y la ciencia de los mejoradores de cultivos. Nadie sabe si existió el Arca de Noé, y menos dónde se encuentra, pero sí sabemos que en las coordenadas 78°14′ 09″ N, 15°29′ 29″ E hay un Arca de las semillas, en una remota isla de Noruega, y más vale que recordemos la ubicación. Nuestro futuro depende de ello.
Banco de semillas de Alepo: memoria agrícola de la región
Según las Naciones Unidas, los años de guerra civil en Siria han provocado miles de muertos, millones de refugiados y desplazados. Pero pocos conocen que hubo otra víctima, el Banco de Semillas de Alepo, que contaba con 141.000 variedades de semillas, entre ellas, de trigo, cebada, lenteja, garbanzo, habas, guisantes y cultivos tolerantes tanto al estrés ambiental (calor, salinidad y frío) como al producido por las enfermedades y plagas. Este centro tenía como principales objetivos conservar la memoria histórica de semillas, muchas de ellas domesticadas hace 10.000 años, en la cuna de la agricultura, y producir plantas mejores y más nutritivas en climas impredecibles, como los que amenaza hoy, la realidad del cambio climático. A fines de los años 70, el Banco estaba en el Líbano, de donde se mudó por la guerra civil. Vaya paradoja. En Siria no hizo falta esperar las bombas, cuando se pararon los generadores eléctricos que refrigeran las habitaciones donde estaban las semillas, desde hacía décadas, decidieron enviar el 85% de los distintos tipos de semillas a Noruega y a otro centro en México. Durante la guerra enviaron el 15% restante de las semillas a Turquía. En los bancos de semillas se guardan, más o menos, 500 gramos de cada una de las variedades, cantidad suficiente para que la utilicen agricultores e investigadores y que no se pierdan. El problema en Alepo fue que la huida solo permitió llevar a Svalbard unos 15 gramos por variedad, insuficientes para su estudio y para su uso agrícola. Por eso en 2015, el Centro Internacional para las Investigaciones Agrícolas en las Zonas Áridas y responsable del Banco de Alepo, solicitó el retiro de algunas semillas del centro de Noruega para sembrarlas, generar nuevas semillas y comenzar a almacenar dos stocks en centros de Marruecos y Líbano. Esta es la primera vez en la historia que ha sido necesario recuperar semillas depositadas en Svalbard, y no por catástrofes naturales, sino por las guerras humanas.
Conservando semillas de maníes silvestres
Juan Soave es ingeniero agrónomo, fitomejorador de maní, y cordobés. En su campo experimental en General Cabrera, Córdoba, desarrolla variedades de maní mejoradas, cuyas semillas certificadas vende a productores locales e internacionales. En su colección privada de plantas y semillas, su Banco de Germoplasma, tiene ejemplares de Arachis ipaensis, especie silvestre citada como progenitor del actual maní cultivado, y que se la considera extinta en la selva de Brasil, donde se la descubrió originalmente. Ese maní junto a Arachis duranensis, otro silvestre, fueron los que originaron a Arachis hipogaea, maní cultivado que, actualmente, producimos comercialmente y consumimos. Otro maní silvestre que tiene Soave en su colección es el Arachis montícola, un maní salvaje que ha utilizado para hacer cruzamientos y mejoramiento genético vegetal. Es que los maníes silvestres son resistentes a la mayoría de la enfermedades conocidas, y sabiendo esto, Soave ha logrado variedades resistentes a hongos, como el carbón del maní. Si las semillas de estas especies se perdieran, desaparecería una base genética imposible de reemplazar.